La disparidad étnica en los resultados de los
programas de control de presión arterial que llevan a cabo en Estados Unidos se
puede eliminar mediante sesiones de coaching
one-to-one - siempre que el programa no requiera que los pacientes acudan
de exclusivamente a su doctor, de acuerdo con los resultados obtenidos en un estudio
publicado por la Johns Hopkins Medicine.
Este hallazgo, descrito en la última edición de la revista Ethnicity & Disease, se suma a las nuevas evidencias de indican
que los programas de salud y bienestar funcionan mejor cuando los profesionales
de la salud salen de su consultorio y van a buscar a las personas a su
comunidad.
"Para las personas que acuden a su cita
programada, esta actividad por si sola puede funcionar muy bien, pero esto no
solo puede ser suficiente por sí mismo para eliminar la disparidad social observada
en los resultados de los programas de salud encaminados a reducir la
hipertensión y otras enfermedades crónicas", afirma Lisa A. Cooper,
vicepresidenta de la Health Care Equity
for Johns Hopkins Medicine y profesora de medicina en la Johns Hopkins University School of Medicine. "Para lograr el
éxito en estas intervenciones se requiere una estrategia más amplia y
completa."
En un comentario que acompaña al estudio
citado, Cooper, que durante décadas ha estudiado las diferencias étnicas observadas
en los resultados de los diferentes estudios de salud realizados, establece el
alcance del problema. Señala que, si se compara la población estadounidense, los
afroamericanos presentaban un 80% de probabilidad mayor de fallecer por
accidente cerebrovascular y un 50% más de hacerlo por enfermedades del corazón
que los caucásicos, además de también poseer un 320% más de probabilidad de padecer
enfermedad renal en etapa terminal. A cada una de estas situaciones de riesgo
se debía añadir también la hipertensión no controlada, especialmente entre la
población urbana de escasos recursos, donde la riqueza y la desigualdad social
y geográfica es muy fuerte.
Por ejemplo, en el barrio de Roland Park/Poplar Hill, que tiene un
ingreso promedio mayor de $90,000, la tasa de mortalidad relacionada con
enfermedades del corazón es del 14.1 por cada 10,000 habitantes. A solo ocho kilómetros
de distancia, en el barrio de Madison/East
End, donde el ingreso promedio es de poco más de $30,000, la mortalidad relacionada
con enfermedad del corazón se eleva hasta un 35.4 por cada 10,000 habitantes. Como
se puede observar la diferencia entre los resultados es muy evidente. Una
persona que vive en el barrio de Madison/East
End tiene una esperanza de vida de 64,8 años, que es 18.3 años menor que
una persona de Roland Park/Poplar Hill.
En respuesta a este problema, en el año 2010, la
Johns Hopkins Medicine crea el Johns Hopkins Center con el objetivo de eliminar
todas estas disparidades en materia de salud cardiovascular. Como se explica en
el comentario del estudio, este centro sirve ahora de base para un estudio de
casos clínicos sobre cómo crear lazos entre los investigadores y los miembros
de la comunidad para hacer frente a la disparidad racial relacionada con la hipertensión.
Este último estudio está financiado a través del propio centro.
Para el estudio, Cooper y su equipo intentaron
eliminar el llamado "sesgo de selección" que enturbiaba los resultados
de los estudios de intervención llevados a cabo con anterioridad debido a su disparidad
racial. En lugar de incluir voluntarios, Cooper y su equipo telefonearon a un
total de 3,964 pacientes con hipertensión no controlada - o con presión
arterial superior a 140/90 milímetros de mercurio (mm Hg) - que ya habían
visitado uno de los seis centros de salud de Baltimore (cuatro en zonas
marginadas) durante el año anterior (el número mayor de una toma de presión
arterial, o presión arterial sistólica, mide la presión de las arterias cuando
el corazón late, y el número más pequeño, o presión arterial diastólica, mide
la presión de las arterias entre latidos). El equipo solo fue capaz de contactar
a poco más de la mitad de los pacientes que telefonearon. Cuando los miembros
del equipo contactaron con los pacientes, se les preguntó si estarban
interesados en formar parte de un programa controlar la hipertensión
arterial. Se les explicó que cualquier
persona que participara en este estudio tendría que acudir a su clínica más
cercana tres veces, durante tres meses para ser evaluado por un farmacéutico especializado
en esta materia, por un dietista, o por ambos. El programa completo incluía una
sesión de 60 minutos y dos sesiones de 30 minutos, con aproximadamente 120
minutos en total de tiempo de consulta.
Del total de 629 personas que participaron en,
al menos, una de las tres sesiones clínicas, alrededor de un 9% fueron
contactados por teléfono (184 individuos), mientras que los otros 445 fueron
remitidos por sus doctores. Solo 245 pacientes del total que asistieron a la
primera sesión completaron las tres sesiones. Debido a que las tomas de presión
arterial finales no estuvieron disponibles para un 10% de los participantes, solo
229 que lo finalizaron, entre los que se incluían 140 mujeres y 89 hombres,
fueron añadidos al análisis final, comparados con los 332 que lo completaron de
forma parcial y los 330 no participantes. La edad promedio de los participantes
fue de + 50 años. El 60% de los
que completaron las tres sesiones (137 individuos) eran afroamericanos.
De acuerdo con la configuración del programa,
los participantes debían reunirse con los farmacéuticos para tratar los asuntos
relacionados con la toma de medicación y con los dietistas para trabajar en la
mejora de sus alimentación. Las sesiones seguían un patrón de entrevista
motivacional donde los diferentes profesionales invitaban a los pacientes a proponer
soluciones en lugar de limitarse solo a recibir consejos. Por ejemplo, si un
paciente sabía que tenía que bajar de peso y no era capaz de marcarse ese objetivo,
pero quería probar un nuevo sistema solo con medicación, el profesional debía
enfocarse en un plan junto con el paciente para conseguir como objetivo real la
toma diaria de su medicación. Además también se debía cuestionaba a los
pacientes sobre sus sistema de apoyo para alcanzar el objetivo y trataba de
trabajar a través de la motivación con el objetivo de proporcionar retos
alcanzables y así alcanzar el éxito.
Los participantes que completaron las tres
sesiones experimentaron un mayor descenso de la presión arterial, con 9 mm Hg menos
de presión arterial sistólica (el número superior) y 4 mm Hg menos de presión
arterial diastólica (el número inferior) que los no participantes. Los afroamericanos
que, en general, iniciaron con tomas de presión arterial más elevadas,
experimentaron una mayor reducción en su presión arterial, lo que acabó con la
disparidad racial. Como grupo, los participantes que completaron el programa de
control de presión arterial alcanzaron un promedio de 137/78 mm Hg. Los 337
participantes que completaron una o dos sesiones también experimentaron una
disminución de presión arterial que los no participantes. De promedio, los que
lo completaron de forma parcial, redujeron su presión arterial sistólica en 5
mm Hg, y la presión arterial diastólica en 2 mm Hg, frente a los no
participantes pacientes elegibles para el programa (es decir, aquellos pacientes
que habían visitado una de los seis clínicas en el último año y presentaban una
toma superior a 140/90 mm Hg) de presión arterial.
En un nuevo estudio que se esta llevando a
cabo tras analizar las lecciones aprendidas del trabajo anterior, Cooper señala
que los médicos de atención primaria eran reacios a remitir a los pacientes al
programa debido a su particular enfoque sobre la presión arterial. Es por esto que
su equipo y él decidieron centrarse en aquellos pacientes que presentaban
hipertensión junto con otras enfermedades tales como depresión o diabetes. En
este nuevo estudio enfermeras formadas de forma específica en esta materia han
sustituido a los dietistas y a los farmacéuticos debido a su capacidad de
enfrentar una mayor variedad de problemas clínicos y sociales. Además, el nuevo
programa incluye la figura del promotor de salud que puede, solo en caso
necesario, visitar a los pacientes en su hogar o en su comunidad para reforzar
los consejos que se imparten en la consulta y para ayudar a los pacientes en el
acceso a otros servicios de salud, sociales y/o a recursos de la comunidad.
Estos estudios forman parte de un programa de
investigación comunitario establecido y sostenido desde el 2010 por el Johns Hopkins Center para eliminar
disparidad en materia de salud cardiovascular, con subvenciones de los National Institutes of Health y el Patient-Centered Outcomes Research
Institute.
"Mantener la salud o tratar una enfermedad
crónica no solo se reduce a una consulta de 15-20 minutos con el médico. Lo que
realmente importa es conocer la capacidad del individuo para seguir las recomendaciones
relacionadas con los cambios en su estilo de vida, dietae ingesta de medicamentos
en su vida diaria, en el hogar, trabajo y en la comunidad", afirma Cooper.
"Además de tratar cuestiones médicas, los programas de salud también deben
abordar las necesidades financieras, sociales y culturales de los pacientes e
intentar unirse con otros sectores de la comunidad con el fin de mejorar la
eficacia del programa y alcanzar a los más necesitados."
La investigación fue financiada por el National Heart, Lung and Blood Institute
bajo el número de convenio P50HL105187 y el Johns
Hopkins Center to Eliminate Cardiovascular Health Disparities.
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